lunes, 16 de abril de 2007

Mi relato -Almudena-

Hasta donde llegan mis recuerdos.

Este es el relato con el que gané el primer premio hace dos años en el Concurso de Relatos Cortos.
Espero que os guste.

¡Hola! Me llamo Pilar y tengo once años.
Soy castaña, alta y llevo gafas.
Mis ojos son verdes.
Mi madre dice que son como esmeraldas.
¡¡Si ella lo dice!! Estudio en el colegio de Santa Cristina de Varracal.
Mi pueblo se llama igualmente, Varracal.
Un día quise escribir un cuento contando mi vida.

15 de Septiembre del 2005.
Es el primer día de clase, me he llevado una desilusión nada más entrar.
Repasé mentalmente a mis amigas: Laura, Mª Jesús, Matilde, Ainhoa… y también estaba Lorenzo, el que más me fastidia y todos habían formado un corrillo alrededor suyo. Estaba diciendo: - Ha venido una niña nueva asiática.
¡Nos podremos meter con ella!
¿No, Pilimiki?- se oyeron algunas risitas. Me senté en un pupitre vacío muy enfadada, y los dos minutos siguientes estuvimos con la delegada Lourdes Mª, la Empollona.
En el recreo siempre está sola, no quiere jugar con nosotros.
En mi opinión es una repipi y una cascarrabias.
Mientras yo pensaba esto entró la nueva profesora: Lucía Pacheco Paredes, además de tutora, profesora de italiano.
Traía consigo una nueva niña, de la que tanto hablaba Lorenzo.

La niña se llama Salma y es víctima de un huracán en Sri Lanka.
Ella vio morir a sus 10 hermanos y a sus padres. De su familia era la única que se había salvado y ha sido adoptada por una familia británica que se ha traslado a nuestra aldea.
También nos dijo que sabía hablar muy bien español. Se sentó en el pupitre que quedaba vacío al lado mío. La maestra pasó lista para saber los niños que habían acudido.
Cuando se volvió Lorenzo y sus amigotes empezaron a molestarla, pero yo le dije que no les hiciera caso y ella me dijo: - Eres la primera niña que me habla desde que vuelvo a tener padres. Yo me quedé muy sorprendida y le dije que contara conmigo. Sonó la campana para salir al recreo.
Todas las chicas dijeron con un tono hipócrita: - ¡¡Pobrecilla!! Y se marcharon cuchicheando y riéndose.

Mis amigas a veces son malas aunque no quieran hacer daño.
Los niños empezaron a decirle cosas como: - Vete del colegio, no te queremos. Vi como las lágrimas rodaban de sus ojos y llorando me dijo: - Yo he pasado mucho hasta llegar aquí, mis diez hermanos murieron y yo los vi.
Las mafias me llevaron a un lugar, nos encerraron, no comíamos, nos maltrataban.
Nos consiguieron salvar y fui una de las más afortunadas.
Muchos/as perecieron, otros están integrados graves en el hospital.
¡Menos mal que te tengo aquí! Y empezó a llorar desahogadamente.
Yo pensé: ¡tengo que mejorar las vidas de esas personas, que más o menos agraciadas están en manos de Dios y necesitan ayuda! Las siguientes clases eran normalitas: mates y gimnasia.
Y durante los días siguientes siguieron metiéndose con ella, aunque la maestra los había castigado varias veces.
Pero seguían y Salma estaba cada día con menos ánimo.

Yo no podía entender lo que ella sufría. No tenía amigas y encima se metían con ella. Cynthia, la niña más torpe de la clase, una vez necesitó ayuda y sólo tenía al lado a Salma y no se la pidió porque le daba asco tocarla.
Por eso tiene rotas la tibia, el peroné y dos dedos de los pies.
Un día me planteé seriamente que debía decirle a las niñas que la aceptaran, pero dijeron que no.

¡Jo! Algo tenía que hacer y me rompía el coco pensando en ella, hasta que la solución llegó a la palma de la mano: los niños pequeños. Al fin y al cabo no tenían que ser de mi clase, ¿no? Hizo amistad con todos, pero con quien más, fue con Daniela, una niña discapacitada que era ciega.
Ella era una niña de 3 años, bajita, con el pelo rubio siempre recogido en un moño. Salma le describía muy bien las cosas y ella se imaginaba cómo eran.
Era ciega de nacimiento y no sabía cómo eran.
Yo me ponía loca de contenta al verlas así de felices.
Pero, ¡Como no! Había otro problema.

Ella se fue a un colegio especial para los niños ciegos. Salma ya no podría verla porque estaba muy muy lejos.
Un fin de semana estábamos haciéndonos una casa de árbol y cuando ella se subió al árbol la rama se partió y Salma cayó de cabeza. Yo vi abrírsele una gran raja en su cabeza. La raja era enorme.
Una vecina, que se llama Vicenta, llamó a la ambulancia y ésta vino corriendo.
Me preguntaron que pasaba y yo respondí muy nerviosa y casi no me entendían. Llamaron a Vicenta y a Josefa, otra vecina, para que les contaran lo que pasaba.
Yo me monté en la ambulancia. Estaba “guay” pero en ese momento no sabía qué hacer. Lloraba mucho y se me empañaban las gafas. Ya en el hospital llamaron a sus padres, unos británicos llamados James y Dora.
Salma tenía un brazo roto, la barbilla rota y una contusión. Me quedé con ella hasta pasadas las nueve de la noche y Dora me llevó a casa. Explicó a mis padres lo que ocurrió para que no me regañaran.

Ellos me entendieron y no me regañaron, pero me dijeron que estaban muy preocupados por mí. Al día siguiente fui un rato antes del colegio, pero no me dejaron entrar, me dijeron que estaba peor, me quedé muy preocupada.
Por la tarde fui también acompañada de las niñas, a las que no tuve ni que convencer, y la profesora. El día 20 de Noviembre, 10 días después, salió del hospital totalmente recuperada, excepto con el brazo en cabestrillo y con siete puntos en la cabeza.

Ahora todas las niñas son sus amigas y los niños la aprecian.
Este verano iremos a Asia ella, Daniela, sus padres y yo.
¡Os espero en la próxima aventura!

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